Las enfermedades zoonóticas, caracterizadas por su capacidad de transmitirse de animales a humanos, han presentado riesgos sustanciales para la salud pública mundial de manera persistente. Los profesionales de la salud pública y los académicos deben prestar mucha atención a estas enfermedades, ya que pueden cruzar las barreras entre especies. Los desafíos para predecir la aparición y diseminación de enfermedades zoonóticas se ven agravados por su comportamiento errático y patrones intrincados.
En medio de las perturbaciones políticas y sociales en los países afectados por graves conflictos y guerras, surge un problema importante y oculto: la creciente amenaza de enfermedades zoonóticas, que se ven exacerbadas por los patrones de migración resultantes de los conflictos en curso. El movimiento de poblaciones importantes en respuesta a la agitación tiene un resultado involuntario: los ecosistemas experimentan perturbaciones y la demarcación entre las regiones urbanas y los hábitats de la vida silvestre se vuelve cada vez más indistinta. La combinación de migración humana, perturbación ecológica y superposición de hábitats crea un entorno adecuado para la transmisión de enfermedades de los animales a los humanos, lo que plantea un riesgo significativo para la salud que puede persistir después de resolver el conflicto. En una reciente revisión, un grupo de científicos ha arrojado luz sobre cómo las guerras en curso aumentan el riesgo de infección por enfermedades zoonóticas.
Cuando poblaciones significativas experimentan desplazamientos, existe una mayor susceptibilidad no sólo a la transmisión directa de enfermedades transmitidas por humanos, sino también a un posible aumento de enfermedades zoonóticas. Cuando se enfrentan a conflictos armados, el acto de que los residentes se vean obligados a abandonar sus casas se extiende más allá del simple acto de trasladar sus pertenencias personales. Muchas personas pueden ser portadoras de gérmenes sin saberlo. Estos “imperceptibles polizones pueden materializarse en diversas manifestaciones, que abarcan virus, bacterias o parásitos”.
Por otro lado, los componentes fundamentales de la asistencia médica, como hospitales, clínicas y otras instalaciones sanitarias, se enfrentan a dos obstáculos: algunos han sido destruidos, mientras que otros deben hacer frente a un inmenso aumento de heridos. En consecuencia, el ritmo habitual de la prestación de asistencia sanitaria experimenta una modificación sustancial. Los controles sanitarios, considerados habitualmente como el medio inicial de protección contra las enfermedades, tienden a quedar eclipsados.
De manera similar, las campañas de vacunación, que son cruciales para mitigar la aparición de epidemias de enfermedades infecciosas, pueden encontrarse con interrupciones o no ejecutarse con el mismo nivel de meticulosidad que durante los períodos de tranquilidad.
Asimismo, las guerras y los conflictos en curso a menudo motivan a las personas a buscar seguridad, lo que las lleva a áreas que no han sido impactadas previamente por la actividad humana o regiones que han funcionado principalmente como santuarios para varias especies de vida silvestre. “La reciente proximidad espacial entre las poblaciones humanas y la vida silvestre ha dado lugar a mayores niveles de interacción, lo que conduce a una mayor susceptibilidad a las enfermedades zoonóticas”, explican.
Es decir, “la convergencia de los hábitats humanos y de la vida silvestre, impulsada por las consecuencias destructivas de la guerra, aumenta la probabilidad de incidentes de contagio, presentando riesgos significativos para la salud de las comunidades desplazadas y tal vez dando lugar a emergencias de salud pública más extensas”.
Por ejemplo, los autores explican que la incidencia de tuberculosis aumentó durante los conflictos entre Ucrania y Rusia como resultado del desplazamiento y la migración. Además, “se ha informado de Mycobacterium tuberculosis resistente a los medicamentos tanto en Ucrania como en Rusia, así como en otros países como Francia”. De hecho, la interrupción del tratamiento de la tuberculosis durante los conflictos “es un riesgo importante de aumento de la resistencia a los medicamentos”.
Por lo tanto, las ramificaciones de la batalla trascienden las bajas humanas inmediatas y las implicaciones geopolíticas, “presentando un peligro subyacente para la salud pública, ya que potencialmente facilita la proliferación.
Los conflictos armados más recientes tienen efectos de largo alcance sobre la salud pública, el medio ambiente y las vidas humanas, además de la política internacional. Por ejemplo, el conflicto entre Ucrania y Rusia lleva más de diez años en curso y se caracteriza por enfrentamientos militares, disturbios políticos y crisis humanitarias.
Los conflictos en Sudán y Gaza han causado miles de muertes, heridos y el desplazamiento de personas. Este desplazamiento masivo de poblaciones, a menudo a campamentos superpoblados con malas condiciones sanitarias, “aumenta el contacto entre humanos y animales y crea condiciones ideales para la transmisión de enfermedades zoonóticas”.
Los conflictos también dañan la infraestructura y los servicios veterinarios, lo que dificulta, indican, la capacidad de monitorear la salud animal y controlar enfermedades que podrían propagarse a las poblaciones humanas. La vigilancia integral de la salud humana y animal “es fundamental para anticipar y gestionar los riesgos de transmisión de enfermedades zoonóticas en regiones afectadas por conflictos”.
Los autores de la revisión exponen que el conflicto en curso en Ucrania ha llevado a condiciones de vida superpobladas en campos de refugiados y áreas urbanas, facilitando la propagación de enfermedades zoonóticas a través de las vías respiratorias o el contacto cercano entre humanos y ganado. Destacaron un caso raro de leptospirosis que se informó en un civil ucraniano durante un conflicto que involucraba exposición a ratas.
A su vez, el caos creado por las guerras dificulta la vigilancia adecuada de las poblaciones animales, “lo que ha dado lugar a incidentes como el de las vacunas animales contaminadas en Sudán del Sur en 2017”. El conflicto también ha obligado a los investigadores y profesionales veterinarios a huir de Sudán, lo que ha dificultado su capacidad de observar y evaluar la salud y el comportamiento de los animales con regularidad. “Este éxodo de expertos ha exacerbado aún más los desafíos en la gestión de los riesgos de transmisión de enfermedades zoonóticas en la región”.
Las actividades relacionadas con la guerra, como la deforestación y la excavación de túneles, contribuyen a la degradación y fragmentación del hábitat. Esta degradación puede alterar los ecosistemas naturales, desestabilizar las cadenas alimentarias y obligar a la fauna silvestre a acercarse a los animales destinados al consumo, lo que podría facilitar la transmisión de nuevos patógenos transmitidos por los alimentos.
Además, advierten que los beligerantes a veces aprovechan el caos de la guerra para la caza furtiva y el tráfico de productos animales. Esto puede conducir a un aumento de la caza, la captura y el comercio de vida silvestre, lo que potencialmente “introduce patógenos zoonóticos en nuevas regiones y mercados, donde el consumo humano puede exponer a los individuos a nuevas enfermedades”.
Por otro lado, el saneamiento y la higiene inadecuados también pueden dar lugar a problemas de seguridad alimentaria. La manipulación, el almacenamiento y la preparación inadecuados de los alimentos pueden dar lugar a enfermedades transmitidas por los alimentos, que pueden ser especialmente peligrosas cuando las instalaciones sanitarias y médicas “son limitadas o están desbordadas”.
En consecuencia, consideran que las organizaciones humanitarias y los gobiernos deben trabajar juntos para proporcionar agua potable, instalaciones sanitarias adecuadas y educación sobre prácticas de higiene para mitigar estos riesgos y mejorar las condiciones de vida generales de los migrantes.
Las guerras alteran factores socioeconómicos como el comercio, los viajes, la demografía, la pobreza y las prácticas culturales, influyendo en la dinámica de las enfermedades zoonóticas. Además, las guerras alteran las medidas preventivas y la atención sanitaria, como los programas de vacunación y las medidas de intervención.
Las heridas de guerra (heridas de armas) también pueden ser una fuente importante de bacterias causantes de resistencia a los antibióticos. Los estudios sobre personal militar informan constantemente de la prevalencia y los patrones de resistencia a los antibióticos en infecciones resultantes de lesiones relacionadas con el combate. Durante las últimas dos décadas, se han notificado casos de microorganismos resistentes a los antimicrobianos en personas con heridas de guerra en conflictos militares en Irak y Afganistán.
A este respecto, comentan que la infección de las heridas de guerra puede ser una causa de la aparición de resistencia a los medicamentos debido al uso de antibióticos sin control y pruebas de sensibilidad previas, particularmente desde la zona de combate y las instalaciones de evacuación temporal.
Por todo ello, concluyen que la ola migratoria en Europa del Este en medio de la guerra en los países en conflicto “presenta un desafío multifacético desde una perspectiva humanitaria y política en cuanto a sus implicaciones ecológicas”. Un esfuerzo de colaboración que involucre a las autoridades de salud pública, las agencias ambientales y el sector agrícola “es esencial para proteger la salud humana y animal y mantener el delicado equilibrio de nuestros ecosistemas interconectados en general, particularmente en los países afectados por guerras”.