El 11 de junio se conmemora el Día mundial del Cáncer de Próstata con el fin de visibilizar esta enfermedad y concienciar a la población acerca de la importancia de la realización de análisis periódicos para su detección rápida. Este tipo de cáncer, que es el más habitual entre los hombres, también es frecuente en los perros sin esterilizar, por lo que la medicina veterinaria ha demostrado un gran interés en el desarrollo de las herramientas de diagnóstico y tratamientos eficaces.
En este sentido, la mayoría de los tumores que surgen de la próstata se caracterizan histopatológicamente como adenocarcinoma de próstata o carcinomas uroteliales (CU), aunque se han informado otras clases. El carcinoma de próstata (CP) puede surgir del urotelio del epitelio acinar que recubre la uretra prostática o del epitelio ductal, y sigue siendo un desafío distinguir el carcinoma de origen prostático del carcinoma urotelial que surge de los conductos uretrales o prostáticos e invade la próstata de manera secundaria.
A nivel histológico, tanto la CU como la CP demuestran una apariencia heterogénea y las diferencias no parecen estar correlacionadas con los resultados clínicos en perros. Investigaciones adicionales en CP canina e hiperplasia sugirieron que diferentes poblaciones de células son susceptibles a la transformación neoplásica (células ductales) en comparación con el cambio hiperplásico relacionado con la edad que responde a los esteroides (células basales).
La mayoría de los CP se diagnostican en perros machos castrados de edad adulta o avanzada. En general, CP no se identifica hasta etapas posteriores de la enfermedad, cuando se observan signos clínicos como disuria, hematuria, disquecia, dolor en las extremidades posteriores o ataxia, con signos urogenitales que preceden típicamente a los signos gastrointestinales y sistémicos. La metástasis se diagnostica con mayor frecuencia en el pulmón, la columna lumbar/pelvis o los ganglios linfáticos lumbares. La tasa de metástasis pulmonar en el momento del diagnóstico oscila entre el 8 y el 50 %, mientras que las metástasis locales, como los ganglios linfáticos y los huesos, oscilan entre el 15 y el 72 %.
Un reciente trabajo realizado en EE UU ha revisado las modalidades de tratamiento actuales, incluido el papel de la oncología intervencionista en el tratamiento del carcinoma de próstata en perros. Además, ha investigado el reconocimiento del papel de los perros como modelo traslacional para la investigación en personas, así como la consideración del uso de estrategias terapéuticas comúnmente utilizadas en personas para los perros.
DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL CON LA HIPERPLASIA BENIGNA DE PRÓSTATA
Entre las anomalías prostáticas más habituales, la hiperplasia prostática benigna (HPB), es la más frecuentemente representada, con una prevalencia entre el 46 % y el 55,3 % de los pacientes. A continuación se encuentran la prostatitis aguda y crónica, con una prevalencia del 28 % al 38,5 %. La neoplasia prostática es más extraña (2,6 % -3,5 %), pero con frecuencia es maligna y suele tener mal pronóstico.
La mayoría de los diagnósticos se basan en la clínica descrita por el propietario, y el veterinario casi nunca diagnostica la enfermedad en sus primeras etapas, sino cuando se encuentra en etapas avanzadas.
Entre las pruebas de diagnóstico, la esterasa prostática específica canina (CPSE) en suero ha sido reconocida como un biomarcador válido y específico para los trastornos prostáticos caninos, debido a que su contenido es mayor en el suero de perros afectados por diferentes alteraciones prostáticas como la hiperplasia prostática benigna y la prostatitis bacteriana.
En condiciones normales, el CPSE se secreta en los conductos prostáticos y permanece principalmente en la glándula prostática. Por el contrario, cuando se altera la glándula prostática, se pueden encontrar en la sangre proteínas de origen prostático, como CPSE.
Sobre el diagnóstico del cáncer de próstata, los investigadores comentan que “actualmente, no existen herramientas de detección capaces de identificar enfermedades malignas de la próstata canina o distinguir entre el origen de células prostáticas o uroteliales malignas, lo que crea un desafío inherente al diagnóstico de CP canina”.
No obstante, indican que se pueden realizar imágenes, incluidas ecografías, tomografías computarizadas (TC) o radiografías. Los cambios como la mineralización, la linfadenopatía regional, la pérdida de la arquitectura parenquimatosa y la integridad de la cápsula prostática son consistentes con el CP canino. “La mineralización de la glándula prostática en perros castrados está fuertemente asociada con la neoplasia; sin embargo, este hallazgo en perros intactos es menos concluyente”, apuntan.
Igualmente, han hablado del diagnóstico citológico mediante aspiración con aguja fina guiada por ecografía, cateterismo diagnóstico o citología del sedimento urinario. “Parece haber una fuerte correlación entre el diagnóstico citológico y el diagnóstico histopatológico, aunque la forma en que se adquiere la citología es importante”.
OPCIONES DE TRATAMIENTOS ACTUALES
El trabajo explica que el tratamiento médico del CP en perros incluye el uso de antiinflamatorios no esteroideos y quimioterapia. Respecto a la cirugía, comentan que “si bien es una opción viable, sigue siendo razonablemente complicada, con un alto riesgo de incontinencia urinaria. Por tanto, es clara la necesidad de terapias locorregionales alternativas”.
Otro punto terapéutico explorado es la radiación, pero consideran que “la enfermedad metastásica fue la razón más común para la eutanasia, lo que sugiere que el tratamiento local agresivo también debe combinarse con un tratamiento sistémico”.
Para finalizar, han aclarado distintos modelos de tratamiento basados en la oncología intervencionista. La oncología intervencionista (OI) es el tratamiento del cáncer mediante técnicas mínimamente invasivas guiadas por imágenes. Las opciones disponibles incluyen tratamientos con intención tanto definitiva como paliativa. En medicina veterinaria, “las técnicas OI son particularmente interesantes debido a la optimización de la calidad de vida con una morbilidad reducida”. Si bien aún surgen en la medicina veterinaria, las investigaciones de los resultados en perros sometidos a estos nuevos tipos de tratamientos han comenzado a guiar el papel de la OI en el tratamiento del CP.
Así, comentan en la revisión varios ejemplos de terapias basadas en OI, como la embolización de la arteria prostática, o la quimioterapia intraarterial.
En conclusión, “el CP canino sigue siendo un verdadero desafío de diagnóstico y tratamiento terapéutico con un pronóstico reservado a largo plazo”.
Si bien las opciones como la cirugía y la radioterapia “siguen siendo válidas como terapias locorregionales, la incapacidad de obtener resultados adecuadamente buenos a largo plazo sin un riesgo moderado de efectos secundarios puede limitar la tolerancia de la morbilidad asociada a algunos de estos tratamientos”.
Por último, con respecto a el papel de la oncología intervencionista en el ámbito paliativo o en el tratamiento directo del CP en perros (embolización, quimioterapia intraarterial), celebran que “es un campo apasionante que merece una atención continua en el futuro”. Por lo tanto, “si bien es necesaria una investigación continua, existen avances terapéuticos alentadores que pueden permitir la optimización del tratamiento del CP en perros y personas”.