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Españoles proponen un novedoso marcador pronóstico de la gravedad de leishmaniosis canina
EDICIÓN

Españoles proponen un novedoso marcador pronóstico de la gravedad de leishmaniosis canina

Los valores de inmunocomplejos circulantes podrían servir como un biomarcador valioso para estudiar la progresión de la enfermedad, la eficacia del tratamiento y la detección de recaídas en leishmaniosis canina
Perro veterinario (9)
Los resultados indicaron niveles más altos de inmunocomplejos en perros en etapas avanzadas de la enfermedad.

La leishmaniosis canina (CanL) una enfermedad zoonótica potencialmente mortal causada por el protozoo intracelular obligado Leishmania infantum (L. infantum), se transmite a los humanos y otros animales a través de flebótomos chupadores de sangre. Los perros se consideran el principal reservorio peridoméstico de infección.


Leishmania puede infectar cualquier órgano, tejido o fluido biológico, determinando que los signos clínicos de CanL sean inespecíficos e incluyan letargo, pérdida de apetito, pérdida de peso, lesiones cutáneas, onicogrifosis, linfoadenomegalia generalizada, poliuria y polidipsia, lesiones oculares, epistaxis, cojera y otros signos clínicos menos comunes como vómitos y diarrea.


Sin embargo, muchos perros no muestran signos clínicos aparentes ni anomalías clínico-patológicas durante varios meses o años después de que se confirma la infección. Estos perros se definen como perros infectados clínicamente sanos. En cuanto a los perros enfermos, un sistema de clasificación ayuda a guiar a los profesionales en el manejo clínico de estos animales y ofrece información de pronóstico. En este sistema se describen cuatro etapas clínicas según la gravedad de la enfermedad y según el estado serológico, los signos clínicos y los hallazgos de laboratorio.


Después de la infección, los perros infectados y enfermos clínicamente sanos muestran diferentes respuestas inmunes al parásito. Los perros sanos desarrollan una sólida respuesta Th1, que es crucial para detener la multiplicación de los parásitos y para la eliminación intracelular de los mismos. Por el contrario, los perros enfermos muestran principalmente una respuesta Th2, lo que conduce a la supresión inmune y la proliferación de parásitos junto a una respuesta humoral exacerbada. En estos animales, los anticuerpos IgG junto a los antígenos de Leishmania y otras proteínas no específicas dan lugar a la formación gradual de inmunocomplejos circulantes (CIC).


LESIONES CAUSADAS POR LOS INMUNOCOMPLEJOS


Estas macromoléculas se depositan en el endotelio de diferentes órganos, incluidos la piel, los ojos, las articulaciones y los glomérulos renales, y causan daños orgánicos graves, a menudo irreversibles. Cuando esto ocurre, los perros pueden desarrollar poliartritis, vasculitis, úlceras indolentes y uveítis crónica, que pueden provocar ceguera que requiere la enucleación de uno o ambos ojos. En los estadios III o IV, el depósito de CIC en los glomérulos renales puede provocar una enfermedad renal crónica (ERC) con consecuencias potencialmente mortales.


El uso de antimoniales o miltefosina en combinación con alopurinol es el tratamiento estándar para la CanL. En algunos casos, también se necesitan esteroides para controlar los signos clínicos mediados por el sistema inmunológico. El tratamiento oportuno es vital para reducir la carga parasitaria y los niveles de CIC, y así mitigar el riesgo de daño orgánico irreversible. Sin embargo, actualmente falta una prueba de diagnóstico para cuantificar los niveles de CIC antes y después del tratamiento. Así, algunos trabajos sugieren que los CIC podrían servir como un biomarcador valioso con fines de diagnóstico y también para rastrear la progresión de la enfermedad y evaluar la eficacia del tratamiento. Validar estos hallazgos en un estudio en vida real es el primer paso para que este método esté disponible para los profesionales.


En consecuencia, el objetivo de un estudio recientemente publicado en la revista Frontiers por Guadalupe Miró, Juliana Sarquis, Ana Montoya, Juan Pedro Barrera y Rocío Checa, del Departamento de Sanidad Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid (UCM); Nuria Parody, Cristina Cacheiro y Jerónimo Carnés de LETI Pharma; y María Ángeles Daza del Hospital Universitario de Veterinaria de la UCM, ha buscado examinar el rendimiento de este nuevo biomarcador en un entorno clínico midiendo los niveles de CIC en perros naturalmente infectados con L. infantum.


El estudio de cohorte longitudinal se realizó en la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Universitario de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. Los perros se incluyeron en el estudio el día 0 (pretratamiento de inscripción en la Visita 1) y poco después de la inclusión se inició el tratamiento adecuado. Posteriormente se realizó seguimiento durante 12 meses.


DISTINTOS TRATAMIENTOS EN FUNCIÓN DE LA GRAVEDAD DE LA ENFERMEDAD


El tratamiento para cada perro fue determinado por uno de los autores (un veterinario especialista en enfermedades infecciosas) y se basó en la historia clínica, el examen físico y los hallazgos de laboratorio. Los perros infectados clínicamente sanos o en la etapa I no recibieron tratamiento o solo recibieron alopurinol durante 6 a 12 meses. Los perros en estadios II o III fueron tratados con una combinación de antimoniato de meglumina (MGA) (50 mg/kg por vía subcutánea cada 12 horas durante 28 días) y alopurinol (10 mg/kg por vía oral cada 12 horas durante 6 a 12 meses). Cuando se consideró necesario, se añadió prednisona (0,5 mg/kg por vía oral cada 12 h durante 3 a 4 semanas) al régimen de tratamiento en perros en estadio III para controlar los signos de depósito de CIC.


La respuesta clínica al tratamiento se evaluó mediante el examen de las historias clínicas, los cambios producidos en las puntuaciones clínicas y las variables de laboratorio a lo largo del tiempo, así como el número de recaídas producidas durante el período de estudio. Además, en cada visita, se recolectaron muestras de sangre para determinar las concentraciones séricas de CIC mediante un nuevo test PEG-ELISA previamente descrito por Nuria Parody, Cristina Cacheiro y Jerónimo Carnés de LETI Pharma.


Los resultados indicaron niveles más altos de CIC en perros en etapas avanzadas de la enfermedad, con títulos de anticuerpos más altos, anemia, disproteinemia y proteinuria. Los autores consideran que “es importante destacar que los perros que respondieron bien al tratamiento mostraron niveles de CIC decrecientes, mientras que en los que respondieron mal y en los que experimentaron recaídas, los CIC estuvieron constantemente elevados”. Por lo tanto, “CIC surgió como un discriminador robusto de recaída”.


UN NUEVO BIOMARCADOR


Así, ante tales hallazgos, explican que “se debe esperar una disminución de los niveles de CIC en perros que muestran una respuesta favorable al tratamiento. Por el contrario, en perros que muestran una mala respuesta y recaídas clínicas recurrentes, los niveles de CIC serán altos, lo que enfatiza la necesidad de una vigilancia detallada”.


Estos resultados sugieren que “los CIC podrían servir como un biomarcador valioso para el seguimiento de la progresión de la enfermedad, la eficacia del tratamiento y la detección de recaídas en CanL”, y “hasta donde sabemos, este es el primer estudio que valida clínicamente el uso de CIC como biomarcadores de la progresión de la leishmaniosis canina”.


En resumen, “este estudio contribuye a mejorar el enfoque del diagnóstico de la CanL y subraya el potencial de los CIC como herramienta complementaria en la práctica veterinaria. A medida que avancemos, serán esenciales estudios más amplios para confirmar estos hallazgos y establecer puntos de corte definitivos para la aplicación clínica”.

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