En los últimos años la producción porcina se ha visto en la necesidad de afrontar una serie de importantes retos que han repercutido enormemente en el sector, como han sido la reducción del uso de antibióticos, con el fin de disminuir las resistencias en el ser humano, la prohibición del uso del óxido de zinc, lo que ha provocado que algunas patologías intestinales que se controlaban con el uso de estos productos hayan experimentado un incremento considerable, y la emergencia de nuevas cepas del virus PRRS (PRRSV), sin perder de vista la expansión de la peste porcina africana por diferentes países europeos.
Recientemente, hemos asistido a la aparición en numerosos países de cepas del PRRSV, tanto de PRRSV-1 (virus europeo) como de PRRSV-2 (virus americano), con una virulencia que no había sido observada anteriormente. Estas cepas, denominadas como cepas virulentas o hipervirulentas (aunque también han sido referenciadas como “atípicas” o “patogénicas”, el término “virulentas” se considera como el más correcto para referirnos a ellas), se caracterizan por causar problemas reproductivos en cerdas, y respiratorios en las fases de transición y cebo, mucho más graves que a los que estábamos acostumbrados con las consideradas como cepas “clásicas”.
Estas cepas virulentas fueron aisladas por primera vez en nuestro continente en Bielorrusia en 2006 (cepa Lena). En nuestro país, los primeros brotes por cepas virulentas aparecieron en Aragón y Cataluña en 2016 (cepa Fast). Posteriormente, en 2017, se detectaron varios brotes por cepas virulentas en Castilla y León (cepa Segovia). En 2019, se aísla una nueva cepa virulenta (cepa Bisbal) en Aragón, Cataluña, Navarra y Andalucía. Siendo en el año 2020, cuando se identifica en Cataluña la cepa virulenta más famosa (cepa Rosalía), cuyas variantes han venido siendo detectadas desde entonces en granjas de todo el territorio nacional.
¿Qué es lo que hace tan diferentes a estas cepas virulentas de las denominadas cepas clásicas? En cerdas causan un fallo reproductivo grave, con tormentas de abortos que pueden llegar incluso al 25%, en comparación con el 10% que como máximo suele presentarse en brotes causados por las cepas clásicas, y mortalidades que pueden alcanzar el 15%, continuando el goteo de problemas después del brote durante meses. En lactación, la mortalidad de lechones en un brote por cepas virulentas puede alcanzar el 100%, cuando no suelen sobrepasar el 50% en brotes con las cepas clásicas.
Cuando una cepa virulenta afecta a los animales en transición y cebo, los signos clínicos de un proceso respiratorio son más evidentes y graves que aquellos que aparecen en brotes de enfermedad con las cepas clásicas, así como la aparición de fiebre alta y mantenida, de hecho, en China, cuando aparecieron los primeros brotes de enfermedad por cepas virulentas en el año 2006 y no se tenía clara la etiología, se la denominó la enfermedad porcina de la fiebre alta. En transición, la mortalidad producida por las cepas virulentas puede llegar al 50% durante meses, en gran medida por la presencia y acción de patógenos secundarios, no siendo habitual superar el 20% en brotes de cepas comunes.
Las lesiones pulmonares más representativas de los brotes producidos por las cepas virulentas están caracterizadas por el desarrollo de una neumonía intersticial grave complicada habitualmente con procesos de bronconeumonía debido a la acción de agentes bacterianos secundarios. Además, las cepas virulentas también causan lesiones en otros órganos como el timo, donde se describe una atrofia marcada de la corteza, o en corazón, riñón y nódulos linfáticos, donde se observan hemorragias desde focales a multifocales.
La mayor gravedad de las lesiones con estas cepas virulentas, al compararlas con las cepas clásicas, se asocia a una mayor capacidad de replicación del virus asociada a las lesiones, a una mayor viremia, así como a una mayor liberación de citoquinas proinflamatorias y un aumento de los fenómenos de muerte celular. Se trata, sin duda, de un importante problema a nivel productivo, frente al cual las actuales vacunas comerciales son capaces sólo de minimizarlo parcialmente, siendo necesario incrementar las medidas de bioseguridad de las granjas, tanto internas como externas, y controlar el movimiento de animales, sobre todo de los lechones, para ayudar a minimizar, en la medida de lo posible, el devastador efecto que causan estas cepas.