La veterinaria de animales de compañía ha crecido mucho en estos últimos años. Esta frase hecha, pero muy real, me recuerda mucho a lo que dicen las abuelas cuando un chiquillo llega a la adolescencia, cuando pasa de los 11 ó 12 años a los 15 ó 16. Es un momento complejo, en el que el cuerpo del adolescente cambia, quiera el adolescente o no y quieran o no sus padres.
A la veterinaria de animales de compañía le está pasando lo que a los adolescentes. Ha crecido mucho en estos años. Y parece que sus padres, las administraciones fundamentalmente aunque no solo ellas, no se han dado cuenta y están intentando que siga usando la ropa de cuando tenía 12 años. Una ropa que ni le sirve, ni le gusta. Una normativa, cuando hablamos de administraciones, que ni nos gusta ni nos sirve.
Esta circunstancia nos ha llevado a los clínicos de animales de compañía a vivir los últimos tiempos en una insana bipolaridad, típica de los adolescentes. Y esta bipolaridad ha estallado, con la furia imparable del adolescente que se da cuenta de su situación, tras la implantación en enero del sistema Presvet para las clínicas de animales de compañía.
Y las razones son muchas. Podemos repasar alguna desde la bipolaridad. El sistema Presvet del Ministerio de Agricultura nos obliga a notificar todos los antibióticos que aplicamos a nuestros pacientes (todos, con pelos y señales de hasta el tanto por ciento del envase que utilizarnos sobre el total, o la estimación de lo que un propietario va a aplicar…)
Estamos dispuestos a hacerlo como sanitarios que somos, aunque sabemos que ya nos tenían controlados por la vigilancia de nuestras compras de medicación, con lo que el sistema resulta redundante y una carga burocrática más. Además, si lo hacemos mal, nos puede imponer sanciones absolutamente desproporcionadas para los niveles económicos de las clínicas promedio y esto ocurre a la vez que sufrimos un IVA no sanitario del 21%, cuando el resto de los sanitarios tiene un IVA del 0%. Bipolaridad.
El sistema Presvet y la famosa Ley 666 del medicamento veterinario nos impone un orden de uso de los antibióticos para evitar en la medida de lo posible las futuras resistencias. Nos parece bien, ya que somos sanitarios y comprendemos esta necesidad. Pero esta estructura nos deja con muy pocos antibióticos al uso (por ejemplo tan solo 2 inyectables entre 39 del grupo D, que se debe usar preferentemente…) y en muchos de ellos las fichas técnicas no nos permiten utilizar estos productos para algunas patologías en las que su utilización está plena y científicamente avalada. Es decir, si somos veterinarios bien formados en las últimas
novedades nuestra obligación es utilizarlos, pero si lo hacemos nos saltaremos la norma. Y si viene una inspección, nos tocará justificar nuestra actuación. El problema es que este no es un caso aislado. Hay muchas fichas técnicas obsoletas que los laboratorios no están dispuestos a cambiar por los altos costes, para un mercado como el de pequeños animales que es “el chocolate del loro” para las multinacionales farmacéuticas. Así que, si queremos trabajar bien, nos saltamos todos los días el orden establecido en unos cuantos de nuestros clientes. No queremos ni pensar la cantidad de justificaciones que tendremos que utilizar si nos llega una inspección. Y si la administración no llega a comprender estas circunstancias, seremos sancionados con las multas desproporcionadas de las que ya hemos hablado. Bipolaridad.
Los veterinarios estamos obligados por la normativa a recetar los medicamentos, tras las primeras consultas, para que los propietarios los adquieran en las farmacias. Pero la disponibilidad de estos en las farmacias es muy limitada, o está presente en formatos inasumibles para los clientes, que pueden llegar a visitar hasta 5 farmacias sin encontrarlos.
Nosotros podemos ceder medicación para los primeros momentos, pero no de continuación, y muchos de ellos se quedan con los tratamientos a medias, algo que sabemos es una de las formas de crear resistencias antibióticas. Pero el veterinario no puede entregar a los propietarios su tratamiento justo y completo, sin una pastilla de más o de menos de las necesarias, como se hace en la gran mayoría de los países europeos. Bipolaridad.
Los veterinarios somos los profesionales formados de manera oficial en protección y bienestar animal. Pero cuando las administraciones buscan interlocutores en protección y bienestar animal, no nos llaman a nosotros y dan más importancia a personas sin formación científica en estos temas. Bipolaridad.
Y esas mismas administraciones que nos cobran los impuestos por nuestra actividad económica y un IVA injusto del 21%, después nos solicitan siempre que bajemos nuestros precios (que no olvidemos están ajustados a nuestra realidad) en temas como los perros llegados de Ukrania, el sistema Viogen, la implantación de urgencias en los territorios, la gestión de colonias felinas, la identificación de animales de familias sin recursos etc, sin asumir ellas, las administraciones, el montante de estos costes. Es fácil ser solidario con el dinero ajeno, con el dinero de los veterinarios. Bipolaridad.
Y en el día a día vemos muchas veces que, pese a que ya todos tenemos claro que los animales de compañía son parte de nuestras familias, muchos propietarios no piensan igual cuando se enfrentan a los tratamientos para las patologías más graves y ponen pegas a los costes de estos tratamientos mientras hablan entre ellos por el último iphone. Tal vez el iphone es también un miembro de la familia y ven mas justificado gastar el dinero en este tipo de aparatos que en sus animales.
Los veterinarios de animales de compañía vivimos todos los días en esta complejísima bipolaridad. ¿Alguien se pregunta aún porque somos la profesión sanitaria con mayor número de suicidios?
Estamos huérfanos de una administración que no nos entiende y que nos equipara a la veterinaria de animales de producción cuando somos algo completamente distintos. El grito de la veterinaria de animales de compañía de mañana 11 de febrero es el de todos los adolescentes. Necesitamos que nuestras administraciones nos comprendan y que legislen partiendo de la realidad y mirando al futuro. Que nos den alas para seguir aprendiendo y trabajando en la excelencia profesional.