Los seres vivos y el entorno mantienen una íntima intercomunicación. La actividad de unos influye en el estado de los otros y viceversa, en una especie de cadena invisible en la que cambios puntuales en uno de ellos tienen consecuencias en otras partes del sistema. Un ejemplo de este equilibrio es la influencia que los excrementos de aves marinas pueden tener en el conjunto del planeta por su contenido en elementos potencialmente tóxicos como el cadmio (Cd), el mercurio (Hg) y el plomo (Pb). Para dar cuenta de su magnitud, un equipo científico liderado por investigadores del Departamento de Edafología y Química Agrícola de la Estación de Biología Marina de Graña (perteneciente a la Red de Estaciones Biológicas USC-REBUSC) realizó un estudio publicado en la revista Scientific Informes.
En concreto, el estudio señala que, anualmente, se pueden depositar en las colonias de aves marinas unas cuarenta toneladas de cadmio, más de treinta y cinco de mercurio y veintisiete toneladas de plomo a partir de las excreciones de estos animales. Como resume el profesor Xosé Lois Otero Pérez, coordinador de la Red de Estaciones Biológicas de la Universidad de Santiago de Compostela e investigador de CRETUS, “las aves marinas transportan cada año toneladas de metales tóxicos desde los océanos hasta sus colonias de cría”.
Trabajos previos del mismo grupo de investigación habían demostrado que las aves marinas juegan un papel muy importante a nivel global en el ciclo geoquímico de los macronutrientes, especialmente el nitrógeno y el fósforo. Los datos que ahora aporta el equipo de la USC son el análisis de la influencia de estos animales en el ciclo de los elementos tóxicos a nivel mundial. Sumando los registros de los tres elementos detectados, el equipo cuantificó un total de más de cien toneladas de estas sustancias, lo que supone una magnitud "relevante por su capacidad de influir en los ciclos geoquímicos del planeta". Estas cantidades serían del mismo orden de magnitud que las reportadas para otros flujos considerados en los ciclos geoquímicos de estos elementos, por ejemplo, la niebla salina marina, la producción de cemento o la pérdida de suelo en los océanos.
Es un dato muy relevante ya que la mayoría de los metales excretados se encuentran en formas geoquímicas muy solubles y biodisponibles -este último concepto que hace referencia a la velocidad y cantidad con la que una sustancia puede interactuar con otro organismo-, lo que permite que sea lixiviado hacia aguas costeras y su acumulación por otros organismos marinos. Como explica el Dr. Otero Pérez, “estos procesos aumentan drásticamente las concentraciones de nutrientes y elementos potencialmente tóxicos en suelos, agua, plantas y en la atmósfera”.
Según el estudio realizado, las especies que más contribuyen a esta acumulación son varios álcidos, entre ellos el guacamayo común, ciertas especies de cormoranes, el pingüino y el alcatraz. Su distribución mundial "no es homogénea, pero la mayor cantidad de metales se depositan en la Antártida y los archipiélagos circumpolares cercanos". En conjunto, en estas áreas se acumula el equivalente “al 80% de toda la cantidad de metal que se deposita en el mundo”. La explicación es que esta zona del planeta es donde se concentra la mayor cantidad de aves marinas y las más grandes como los pingüinos.
Para el desarrollo del estudio, el equipo tuvo en cuenta su propio trabajo previo, así como información de organizaciones internacionales como BirdLife International, según la cual el equipo estima que la población total de aves marinas en el mundo ronda los mil millones de individuos. El equipo de Xosé Lois Otero Pérez también incluye al investigador de Ciencias del Suelo y Química Agrícola, Augusto Pérez Alberti; Saúl de la Peña Lastra, del área de Ecología del Departamento de Biología Funcional de la USC; Tiago O. Ferreira, de la Universidad de Sao Paulo; y Miguel Ángel Huerta Díaz, de la Universidad Autónoma de Baja California.