La leishmaniosis es una enfermedad transmitida por vectores, y causada por parásitos protozoarios del género Leishmania, que en Europa se describía tradicionalmente en los países mediterráneos y hoy en día se considera una enfermedad emergente a nivel mundial que se propaga a latitudes y elevaciones más altas.
Aunque los perros infectados siguen siendo el principal reservorio doméstico de la enfermedad, un número cada vez mayor de otros mamíferos se consideran huéspedes receptivos y fuentes potenciales de infección para los vectores de flebótomos. Por ejemplo, los lagomorfos, como las liebres o los conejos salvajes, desempeñaron un papel importante en el establecimiento de brotes de leishmaniosis humana.
Asimismo, se ha encontrado que los gatos están infectados de forma natural por Leishmania infantum, con una prevalencia de hasta el 60,7 % en las regiones endémicas, que en algunos casos es mayor que para perros de la misma zona.
La leishmaniosis felina (FeL) normalmente tiene un curso crónico y puede presentar una plétora de signos clínicos, las lesiones dermatológicas y el agrandamiento de los ganglios linfáticos se encuentran entre los más comunes.
Todavía no hay consenso sobre las estrategias terapéuticas sobre estos animales, aunque varios tratamientos, tomados de los utilizados en perros, se han utilizado empíricamente en gatos con un grado de eficacia variable. De hecho, aún no se han realizado estudios controlados sobre la eficacia y seguridad de los fármacos antiLeishmania en gatos. La administración a largo plazo de alopurinol como monoterapia es el tratamiento más común contra FeL.
Con el fin de explorar este asunto, un estudio realizado en Italia ha investigado los hallazgos clínicos, diagnósticos y terapéuticos observados en un caso de FeL junto con sus datos de seguimiento a largo plazo, con el objetivo de proporcionar más datos basados en evidencia sobre el tratamiento y la respuesta al tratamiento con alopurinol y el tiempo de supervivencia de un caso de leishmaniosis felina en un gato coinfectado con virus de la inmunodeficiencia felina.
En mayo de 2019, un macho europeo de pelo corto castrado de 13 años fue remitido por pérdida de peso y dermatitis exfoliativa. En la inspección clínica se detectaron linfadenomegalia y esplenomegalia, mientras que en la aspiración con aguja fina esplénica y linfoganglionar se detectó la presencia de varios amastigotes de Leishmania infantum.
Con el diagnóstico de la enfermedad confirmado, se administró alopurinol (10 mg/kg PO cada 12 h). Después de dos meses, los síntomas clínicos del gato desaparecieron y los propietarios decidieron interrumpir la terapia.
EFICACIA Y RECAÍDA TRAS SUSPENSIÓN DEL TRATAMIENTO
En febrero aparecieron dos neoformaciones carnosas nodulares rojizas en ambos ojos y amastigotes de Leishmania fueron detectados por citología en hisopos conjuntivales. El tratamiento con alopurinol se reinició a la misma velocidad; las lesiones oculares retrocedieron en dos semanas y el propietario decidió nuevamente interrumpir la terapia.
En julio, el paciente tuvo una nueva recaída, pero el propietario, tal y como recoge el estudio, “cansado de las continuas recaídas, se negó a continuar con el tratamiento de la enfermedad”. El estado de salud del gato siguió empeorando: en octubre de 2021 volvieron a aparecer las lesiones oculares y en noviembre finalmente el paciente falleció.
Ante este caso, los autores han subrayado que, a pesar del escepticismo sobre el efecto de la terapia de la leishmaniosis felina sobre el estado de salud y el tiempo de supervivencia, “es importante destacar que una terapia específica garantiza una mejor calidad de vida y un mayor tiempo de supervivencia”. Además, “el tratamiento reduce significativamente la carga parasitaria, lo que, a su vez, se traduce en un mejor control de la transmisión, ya que los gatos infectados pueden servir como fuente de infección para los vectores de flebótomos”.
En resumen, los autores comentan que “los veterinarios deben ser conscientes de la susceptibilidad de los gatos a la infección por Leishmania, las diferentes presentaciones clínicas de la enfermedad en gatos frente a los perros y la importancia de tratar a los pacientes infectados y de proponer, como en el caso de los perros, estrategias preventivas mediante productos repelentes”.
Asimismo, “este caso subraya la eficacia del alopurinol y destaca cómo la interrupción del tratamiento conduce con frecuencia a recaídas, lo que perjudica el estado de salud y el pronóstico del animal”.