El 1 de junio se celebró el Día de la Lucha frente a la Leishmaniosis. Y en esa jornada se repitió lo que muchos veterinarios vienen alertando: que la enfermedad está disparándose en perros debido, principalmente, a que el flebótomo transmisor, por el incremento de las temperaturas, ha colonizado zonas en las que antes no se encontraba. Valencia y Alicante, junto con Ourense, Lleida, Girona, Cáceres y casi toda Andalucía son las zonas de mayor seroprevalencia. Dos semanas después, el veterinario valenciano Jacobo Giner - que confirmó en diciembre el primer caso de Leishmania infantum en un hurón- encabezaba la publicación de un segundo artículo describiendo el seguimiento y el tratamiento aplicado.
Al poco de publicarse el primer caso en un hurón, el Consell Valencià de Col.legis Veterinaris (CVCV) alertó sobre la incidencia creciente que esta zoonosis está teniendo también en humanos. Según los datos oficiales aportados entonces, los casos en personas han pasado de 87 en 2013 a 174 en 2018. Con tales números, más allá de los altos datos de prevalencia en perros registrados en la Comunitat, la tasa de incidencia en humanos quedaba situada en un lugar muy destacado: 7 veces superior a la media nacional (3,52 casos por 100.000 habitantes, por menos de 0,5).
La confirmación de que los hurones también podían padecerla y posiblemente actuar como reservorio, llevaba al CVCV a insistir en la necesidad de ampliar la obligatoriedad legal en la identificación vigente para los perros a estos animales, así como a los gatos, que también pueden sufrirla. Se pretendía así, a través del microchipado, mejorar el control epidemiológico.
PROTOCOLO TERAPÉUTICO
En el artículo publicado el pasado 14 de junio por la revista Veterinary Parasitology han participado, más allá de Giner (de la clínica Menescalia) investigadores de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona y del Laboratorio Analisi Veterinarie de Roma. En él se explica el seguimiento realizado y cómo se estableció un protocolo terapéutico combinado de antimonio de meglumina y alopurinol.
Asimismo, se realizó una vigilancia mensual durante el primer año. Seis meses después de comenzar la terapia con alopurinol, se observó la presencia de cristaluria provocada por cristales de xantina en el sedimento urinario, efecto secundario atribuible a la administración continuada de alopurinol. El hurón empeoró progresivamente con diarrea y pérdida de peso después de convivir con otro diagnosticado con criptosporidiosis. Se aisló Cryptosporidium parvum en muestras fecales del paciente y se trató también con éxito. Puesto que la criptosporidiosis solo se ha descrito ocasionalmente en hurones inmunodeprimidos, este hallazgo permitió relacionar en este hurón la manifestación clínica y progresión de la leishmaniosis con un sistema inmunitario comprometido.