Las actividades humanas, como la urbanización, la deforestación, la explotación de la vida silvestre y el turismo, así como los cambios climáticos globales que se han producido a partir de la ocupación humana del planeta, no solo modifican los paisajes de la naturaleza, sino que también sirven como fuerzas impulsoras de la aparición de enfermedades zoonóticas, aumentando así la prevalencia de las zoonosis ya conocidas.
Varios animales se encuentran entre los factores relacionados con los humanos y la aparición de enfermedades, incluidos roedores, pájaros, cerdos, vacas, murciélagos, primates, camellos, mosquitos, garrapatas y pulgas.
Es importante estudiar las diversas causas de las zoonosis emergentes, ya que estas enfermedades representan más del 60 % de las enfermedades infecciosas que enfrentan los humanos y pueden crear una devastación mundial como se vio durante la pandemia de COVID-19.
A medida que la humanidad se vuelve más consciente de las amenazas de las pandemias, como la peste, la gripe española y el SARS-CoV-2, es de gran interés caracterizar mejor las formas de minimizar las actividades que aumentan los reservorios de patógenos o el contacto humano-animal.
Si bien parece imposible detener por completo la propagación de nuevas infecciones de animales a humanos, es posible reducir la gravedad de los riesgos para la población humana a través de métodos de detección más rápidos o más eficientes, sistemas de alerta temprana y políticas adecuadas de control o prevención.
A este respecto, un grupo de investigadores de EEUU han realizado un trabajo con el objetivo de demostrar los factores a considerar en el desarrollo de planes de prevención y contención, como la gestión de riesgos urbanos, políticas de plagas, protocolos de saneamiento y campañas de concientización sobre salud pública.
Entre estos factores, los autores destacan en primer lugar, a la urbanización y la colonización de espacios naturales por parte del hombre. “Con la urbanización viene una variedad de actividades conectadas, como la destrucción del hábitat, la contaminación, el cambio climático y la explotación humana de los animales, todas las cuales se han relacionado con una pérdida significativa de biodiversidad y mayores riesgos de enfermedades zoonóticas”, comentan.
Por ejemplo, los autores mencionan el caso del virus del Nilo Occidental y la enfermedad de Lyme como modelos. Se ha demostrado, indican, que las áreas con menos urbanización o actividades antropogénicas, y que conservan una gran biodiversidad, posteriormente tienen vectores patógenos que se alimentan de una gama más amplia de huéspedes que terminan siendo reservorios más pobres para los patógenos, lo que produce una reducción de la prevalencia de emergencias zoonóticas.
Sin embargo, cuando la biodiversidad es baja, “los vectores patógenos pueden alimentarse de reservorios primarios seleccionados que dominan y aumentan la propagación de enfermedades”.
Asimismo, se cree que las ubicaciones urbanas promueven una mayor presencia de animales salvajes infectados con zoonosis, “ya que los animales infectados requieren una mayor cantidad de energía; por lo tanto, acuden en masa a zonas con disponibilidad de alimentos, calor y refugio, como son los entornos urbanos”.
La deforestación es otra consecuencia de la expansión de la población humana, que a su vez se ha relacionado con un mayor riesgo de zoonosis. El aumento creciente de la deforestación “provoca alteraciones del paisaje ecológico, pérdida de biodiversidad y migraciones de vida silvestre desplazadas a las comunidades locales, todo lo cual está asociado con aumentos en las transmisiones zoonóticas”. Los autores ejemplifican con varias enfermedades que han demostrado estar influenciadas por la deforestación, como la enfermedad de Lyme, el virus del Ébola, o la malaria.
TURISMO Y ZOOLÓGICOS
A medida que la humanidad ha avanzado más en el desarrollo de las tecnologías relacionadas con el transporte, el movimiento de grandes cantidades de personas a través de mayores extensiones de tierra ha aumentado enormemente la exposición entre los humanos de distintos puntos geográficos, así como entre los animales.
Además, la exploración de nuevos lugares también aumenta el contacto humano con los animales. “Animales más exóticos han entrado en contacto con humanos y han aumentado los riesgos zoonóticos en los últimos años, como los leones sudafricanos que se crían en granjas para usos comerciales, incluido el turismo”, comentan los autores.
A medida que se reconoce más el potencial de propagación de enfermedades a partir de las actividades humanas, “puede destacarse la necesidad de una mayor vigilancia a gran escala de las posibles zoonosis emergentes”.
Los autores han revisado los riesgos que entrañan los llamados zoológicos interactivos. Los zoológicos y los parques turísticos “crean un factor de riesgo zoonótico que es similar a uno de los factores consecuencia de la deforestación, que es la reubicación de animales”.
Estos tipos de atracciones han puesto a los humanos, señalan, en contacto directo con los animales a través de las caricias o al darles de comer, “incluida la tendencia popular de hacerse selfies con los animales”.
A pesar de que muchos centros han puesto medidas para evitar o minimizar los riesgos de la interacción con los animales, “el deseo de las personas que intentan obtener las mejores publicaciones en las redes sociales ha alentado un flagrante incumplimiento de las reglas”.
No obstante, los autores destacan la parte positiva de las redes sociales al ser útiles para crear conciencia sobre la importancia del respecto a la fauna salvaje y a la biodiversidad.
IMPACTO DEL CAMBIO CLIMÁTICO
El cambio climático se ha convertido en un tema de creciente preocupación a medida que se revelan más evidencias de los grandes aumentos en los gases de efecto invernadero debido a la actividad humana. Estos aumentos “han dado lugar a cambios anormales en el clima, lo que, a su vez, ha afectado a la aparición de enfermedades zoonóticas”.
Los cambios en las temperaturas globales pueden alterar el número de vectores, los ciclos de transmisión y el contacto entre especies, lo que incide en la aparición de enfermedades zoonóticas. Si los vectores maduran más rápido y viven más durante todo el año, por ejemplo, “entonces los niveles de exposición humana aumentan en consecuencia”.
Los autores mencionan la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo (CCHF, por sus siglas en inglés), causada por un virus transmitido por garrapatas, y comentan que “hubo un brote de CCHF en Turquía que se correlacionó con una primavera más cálida en el país un año antes”.
Asimismo, las aves migratorias “también se desplazarán hacia el norte debido al cambio climático, lo que puede cambiar el patrón de transmisión de la influenza aviar altamente patógena”.
Un tipo de patógeno en particular que puede tener una mayor transmisión debido a los cambios en el clima son los patógenos transmitidos por los alimentos. Esto se debe, según exponen, a que la temperatura óptima para la mayoría de los patógenos transmitidos por los alimentos es de alrededor de 37 °C, por lo que a medida que aumenta la temperatura, aumenta la tasa de crecimiento de estos patógenos.
PROHIBIR EL COMERCIO DE VIDA SILVESTRE CONDUCIRIA A LA CLANDESTINIDAD
Además de la urbanización, la deforestación y el cambio climático, la explotación de la vida silvestre contribuye en gran medida a la propagación de enfermedades zoonóticas entre los consumidores humanos y la vida silvestre.
En todo el mundo, “los animales salvajes se comercializan para fabricar alimentos, bienes y medicinas tradicionales, así como para servir como mascotas”. Además de los productos alimenticios, como la carne, la leche y los huevos, existe una multitud de usos para los que las personas comercian con partes del cuerpo de los animales, como pieles, cuernos, escamas, bilis y huesos.
En este punto, los autores consideran que “prohibir el comercio despojará a miles de personas de sus medios de vida o lo llevará a la clandestinidad, por lo que es necesario ejecutar regulaciones estrictas mientras se mantiene el comercio estable y se promueve que la investigación destinada a prevenir futuros brotes deba abordar problemas más profundos, como la economía y la salud”.
Por lo tanto, una estrategia más eficaz que la ilegalización del comercio “sería priorizar la vigilancia, la restricción y el control sanitario y cuantitativo de los patógenos y los taxones animales que se sabe que son infecciosos”.
Así, consideran necesaria una adecuada legislación y un control de los patógenos asociados a la vida salvaje. Estos aspectos “se pueden implementar mientras se mantiene constante el comercio y la explotación de la vida silvestre, no solo para combatir las enfermedades zoonóticas ya existentes sino también para prevenir futuros brotes”.
A modo de conclusión, apuntan que “las conexiones entre la salud animal, la salud humana y la salud del ecosistema deben explorarse más cuidadosamente”. Los avances, como la vigilancia de los ecosistemas, “pueden convertirse en herramientas valiosas, ya que los factores ambientales y asociados al huésped tienen potencial de servir de indicadores de alerta temprana de la salud de los ecosistemas y la vida silvestre y se sabe que responden a perturbaciones antropogénicas”.
En resumen, “no existe una respuesta única sobre cómo prevenir y minimizar la aparición y transmisión de infecciones zoonóticas, pero con suerte, a través de muchas respuestas colaborativas, podemos crear un futuro más consciente y seguro”.