Julio Felipe Casabona y Gracia, nació en Monegrillo (Zaragoza) el 22 de mayo año 1882, su padre, Mariano, era labrador, natural de la misma localidad y su madre, Crescencia, de Alborge (Zaragoza).
Ingresó en el curso 1896-97 en la Escuela de Veterinaria de Zaragoza y el 12 de junio de 1902 se examinó del grado de revalida obteniendo la calificación de notable.
Ejerció la profesión como Inspector municipal Veterinario de Sariñena (Huesca), donde casó, con Ascensión-Carmen-Orosia Marías Allué, natural de Sariñena y el matrimonio tendría dos hijos, Antonio-Leopoldo Casabona Marías y Julio-Cesáreo-Mariano Casabona Marías. Casó en segundas nupcias con Mª Cruz Anoro Barrieras, en 1982 y el matrimonio no tuvo descendencia.
Falleció en Sariñena el 15 de julio de 1994.
El veterinario Julio Casabona Gracia, fue un hombre comprometido políticamente con el Partido Radical Socialista, ostentaba el carnet número 1 del Comité Local de Sariñena, adscrito al Comité Regional de Caspe (Zaragoza). El 14 de julio de 1936, escribía a D. Diego Martínez Barrio, lamentando entre otras cosas, el asesinato de Calvo Sotelo y comentándole la tensa situación que se vivía en Sariñena, recordando una carta que, un año antes, había dirigido a su compañero y correligionario, el veterinario Félix Gordón Ordás, sobre el desprestigio social de la clase política española y la imperiosa necesidad de imponer la autoridad y el cumplimiento de la Ley, la implantación de la Reforma Agraria, leyes sociales prácticas y, en resumen: trabajo, pan y estaca. La amable contestación de Martínez Barrio, acusaba recibo y agradecía sus intenciones.
Iniciado el golpe del 18 de julio de 1936, el veterinario Julio Casabona, se ofreció al Ejército leal a la II República española, siendo movilizado por el Consejo de Sanidad de Guerra y promovido al empleo de veterinario tercero provisional (alférez), el 17 de octubre de 1936; más tarde ejercería como teniente veterinario provisional en la 122 Brigada Mixta, organizando los servicios hipomóviles militares y en agosto de 1938 ascendió a capitán veterinario provisional.
También sus dos hijos participaron en la contienda. Finalizada ésta, huyeron los tres a Francia, permaneciendo internados en un campo para refugiados a orillas del Mediterráneo.
Al producirse la invasión alemana de Francia, “los Casabona” se alistaron voluntarios a una Compañía de Trabajo Militarizada, prestando servicios de fortificación en la Línea Maginot. Detenidos por los nazis, fueron enviado al campo de exterminio de Mauthausen (Austria).
No era la primera agrupación familiar que llegaba al campo. Antes lo habían hecho otros, pero en todos los casos, los cabezas de familia, cincuentones o sesentones, habían sido eliminados inmediatamente, ante la imposibilidad de soportar el duro trabajo de aquel infierno.
El grupo español de prisioneros disponía dentro del campo de una red de apoyo, que servía tanto para consolar a los más deprimidos como para reforzar la alimentación de los más débiles, a costa del sacrificio solidario de los compañeros o buscar destinos relativamente cómodos a los más necesitados y pretendieron, desde el primer momento, ocultar en lo posible a don Julio y buscarle un destino acorde con su profesión.
Sobre el uniforme de penado, un pijama, rayado verticalmente de azul y blanco, los españoles llevaban un triángulo azul, con una S blanca, dentro.
En las instalaciones del Campo existían unas porquerizas una piara de cerdos, propiedad del comandante del campo, Franz Ziereis, que se engordaban con alimentos destinados a los presos y que, cuando estaban cebados eran vendidos a los carniceros de la comarca o a la misma administración del Campo, para consumo de la guarnición.
Las porquerizas estaban situadas extramuros y se accedía a ellas a través de una puerta abierta en la propia muralla, debajo de una de las torretas de vigilancia. Allí trabajaba un español, apellidado Cabezas, quien supo ingeniárselas para que Franz Ziereis se enterara de que acababa de ingresar en el Campo un veterinario. Inmediatamente ordenó que Julio Casabona se pusiera al frente de la explotación, siendo advertido que su vida dependía de la de aquellos animales:
Como en las porquerizas no escaseaba el trabajo, don Julio consiguió sacar a sus dos hijos de la cantera de granito y llevarlos a trabajar con él y Cabezas. Este cuarteto, desempeñaría, más tarde, en la organización clandestina española del campo, un gran papel y gracias a ellos, muchos compatriotas pudieron sobrevivir.
El joven Julio asumió la tarea de transportar los restos de comida de las cocinas y comedores de la guarnición S.S., a las porquerizas. También era él quien transportaba las patatas mondadas y limpiadas por prisioneros, en los sótanos de las cocinas, destinadas para la comida de los guardianes. Por ello, se veía obligado a hacer muchos viajes desde el perímetro interior del campo hasta las cocinas, franqueando el control.
El primer trabajo que la organización clandestina española le encomendó, fue el de que su hijo Julio preparase un escondrijo en las porquerizas para guardar todo lo que, siendo aprovechable, se pudiera “despistar” de la comida de los cerdos.
Julio hijo, tenía a su cargo a un grupo de diez españoles que transportaban las calderas de 25 litros cada una, donde se llevaba la pitanza para los cerdos, en cuyo interior, se ocultaban los productos de sus requisas en los almacenes, talleres, armería…, todo lo cual, con fines de solidaridad, se debía introducir en el interior del Campo. Comenzaron con saquitos de azúcar, pedazos de pan, trozos de carne… y terminaron con un aparato de radio que funcionaba a pilas y que les serviría para conocer la marcha de la guerra.
Los españoles de la cocina arramblaban con todo lo que podían, los mecánicos del garaje, los de la armería, los fotógrafos Paco Boix y García, que realizaron una importantísima requisa de los negativos de los ficheros del campo que posteriormente tendrían valor probatorio en Núremberg.
Pero las actividades de “papá Casabona” no se limitaron a completar las de su hijo Julio. Con la ayuda de Cabezas, ocultaban algunas patatas o remolachas destinadas a los cerdos, que luego servirían para que recuperara sus fuerzas algún español, arrancándolo de la extenuación y hasta de la muerte.
Los Casabona sobrevivieron cinco años y salieron vivos de Mathaussen.
Afirman los autores del libro que ha servido de referencia bibliográfica principal para este comentario, que “los Casabona”, y esto era otra de sus cualidades, hicieron todo lo que hicieron –habría que dedicarles un libro sólo a ellos y contarlo todo con pelos y señales- con una simplicidad y una naturalidad admirables. Y no hay un solo español de los que pasaron por Mathaussen, que no sienta la obligación moral de recordar a don Julio y a sus hijos, así como a Cabezas, como una especie de “ángeles de la guarda”.