Hace unos días, participaba en una mesa redonda organizada por el Colegio Oficial de Médicos de Gipuzkoa, junto a dos médicos, el Dr. José María Urkia, profesor de Historia de la Medicina en la UPV/EHU, y el Dr. José María García-Arenzana, jefe de la Sección de Microbiología del Hospital Donostia, recién jubilado. Interesantes personajes ambos, con los que siempre se aprende algo.
El evento tenía como objetivo homenajear al científico francés con motivo del 200 aniversario de su nacimiento en la localidad francesa de Dole, acontecimiento que en Francia ha sido celebrado como recuerdan los franceses a sus celebridades.
Louis Pasteur, que de joven parecía predestinado al dibujo o a la pintura, fue doctor en Física y en Química desde agosto de 1847. Obviaremos en esta ocasión su faceta en estas disciplinas y nos centraremos en la de microbiólogo, porque sus trabajos en Francia, sin olvidarnos de Robert Koch en Alemania, abrieron al mundo no solo la existencia de causas microbianas en algunas enfermedades contagiosas, sino que desmontaron la teoría de la generación espontánea y lograron las primeras vacunas.
En los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX, generosos en colaboraciones interprofesionales en la medicina humana y la veterinaria, se produjeron algunos de los acontecimientos más importantes en los que se asentarán los principios de la nueva doctrina Una Salud – One Health, de la que Pasteur, sin saberlo, fue un precursor y que, parece que solo convence a los veterinarios porque, los demás, especialmente los que mandan, ni caso.
No tuvo el menor prejuicio, quizás porque no era médico, en contar con la colaboración de los veterinarios, profesionales sanitarios a los que «descubrió» desde el inicio de sus investigaciones, siendo un ejemplo claro de esa voluntad de trabajo, en un equipo multidisciplinar y flexible, para responder a los desafíos sanitarios que, a mediados del siglo XIX, padecían: Rabia, tuberculosis, carbuncosis y continuamos haciéndolo en la actualidad con otros: VHS, ébola, gripes, coronavirus, zika o chikungunya, hasta llegar a la actual pandemia de la covid-19, que han puesto de manifiesto, la importancia de la interacción entre los humanos, los animales y el medio ambiente.
Es de sentido común pensar que los veterinarios, deberíamos tener una participación más relevante en la esfera pública y en la toma de decisiones de la gestión sanitaria. Lamentablemente, en la práctica no es así. Por razones que imagino, estrictamente corporativas de la clase médica, el Sistema Nacional de Salud, no se ha percatado de las potencialidades veterinarias en áreas como la Microbiología e Inmunología, Parasitología, Laboratorio que, curiosamente, son las que menos gustan a los médicos MIR, pero a las que no pueden acceder los veterinarios, mientras lo hacen otros, los biólogos, por ejemplo.
Acabamos de decir que Pasteur no era médico. Maticemos. Entre las distinciones de las que Pasteur fue objeto el año 1868 destaca la que le confirió la Universidad de Bonn, al nombrarlo Doctor en Medicina, honoris causa, como reconocimiento a sus descubrimientos en las enfermedades transmisibles, lo que le satisfizo sobremanera. Los acontecimientos que derivaron en la guerra franco-prusiana hicieron que el científico francés devolviera, con harto pesar, el diploma recibido.
Tampoco era veterinario, pero un gran número de veterinarios franceses quisieron nombrarle «Veterinario de Honor», nominación legalmente imposible. La Sociedad Central de Medicina Veterinaria, antecesora de la Academia de Veterinaria de Francia, acordó crear una plaza especial para él, distinción que aceptó, siendo admitido en la sesión del 18 de febrero de 1880, manteniendo su asistencia y colaboraciones con regularidad.
Con estas matizaciones y obviando otras enfermedades infecciosas animales como el mal rojo del cerdo o el cólera aviar, la pebrina del gusano de seda, o algunas zoonosis como la carbuncosis o la tuberculosis en lo que a la pasteurización de la leche se refiere, sobre las que trabajó Pasteur, aún a riesgo de ser considerado un iconoclasta, únicamente soy un «hombre de bien», recordaré a algunos veterinarios en los que se «inspiró» y a los que nunca citó o agradeció públicamente su colaboración, en la historia de las vacunas contra la carbuncosis y la rabia, precisamente cuando el pasado mes de noviembre se controlaba el «penúltimo» caso en Melilla y se declaraba obligatoria la vacunación de las mascotas en Euskadi, comunidad negacionista en los últimos cuarenta años.
Henri Tussaint (1847-1890), profesor de Anatomía, Fisiología y Zoología en la Escuela de Veterinaria de Toulouse, integró en su laboratorio a médicos y veterinarios y fruto de esa colaboración surgieron los prototipos de vacunas contra el cólera aviar y contra el ántrax, entre los años 1878 y 1881. Desarrolló los métodos ante Pasteur, quien aprovechó las técnicas para modificar las suyas.
Como podemos ver, ya existía investigación bastante sobre el ántrax para cuando Louis Pasteur presentara la primera de sus famosas vacunas con la bacteria atenuada en 1881, publicándola posteriormente como propia, citando de pasada al «joven profesor de Toulouse» para luego olvidarlo totalmente, lo que motivaría su enfado y posterior estado de depresión que le condujo, al abandono de su actividad investigadora y a su prematura muerte, olvidado por casi todos.
Pedro Víctor Galtier (1842-1908), profesor de Enfermedades Infecciosas y Policía Sanitaria en la Escuela de Veterinaria de Lyon, la primera del mundo. Fue el precursor de los modelos animales, tan denostados como imprescindibles en la actualidad, así como del concepto de tratamiento o profilaxis post-exposición.
En abril de 1879, presentó a la Academia de las Ciencias de París las conclusiones de sus trabajos previamente publicados en revistas veterinarias y que tituló “Études sur la rage” donde afirmaba haber encontrado un tratamiento curativo de la rabia y que el conejo constituía un animal de elección para realizar el diagnóstico de la rabia, que servirían de base a los trabajos de Pasteur. También estableció medidas profilácticas frente a la tuberculosis bovina y recomendó la pasteurización de la leche para prevenir la tuberculosis en el hombre ¡antes incluso que el propio Pasteur! Pero, ni siquiera tuvo a bien citarlo en ninguna de sus publicaciones.
Fue Premio de la Academia de Ciencias en 1887, Premio Barbier de la Academia de Medicina también en 1887 y académico numerario de la de Medicina en 1901.
En 1907, Pedro Víctor Galtier fue nominado por el Karolinska Institutet de Estocolmo, para el Premio Nobel de Medicina, estando prevista su entrega en octubre de 1908 pero, desgraciadamente, falleció el 24 de abril de 1908, con 62 años. Como el premio Nobel no puede ser otorgado a título póstumo, en aquella edición fue otorgado ex aequo a Ilya Mechnikov y Paul Ehrlich, por sus pioneros trabajos en inmunología. (Continuará)