Martinica es una isla situada en el Caribe y pertenece a las Antillas Menores, región de ultramar francesa. En ella no hay grandes explotaciones ganaderas y el trabajo de los veterinarios se basa fundamentalmente en el cuidado de perros y gatos, aunque también de grandes animales. Sin embargo, faltan más profesionales para esta última especialidad.
Pablo Huegun, veterinario clínico de rumiantes de Albaikide, estuvo en la isla el año pasado y cuenta a Diario Veterinario que decidió viajar a Martinica “para conocer otras formas de trabajo y otros animales y patologías”. Antes había estado trabajado en Normandía, pero acababa de rescindir su contrato y, “a través de un grupo de Facebook”, encontró la oportunidad de ir a la isla como veterinario para cubrir una baja laboral por maternidad.
“Cuando bajé del avión sentí el golpe que te da el clima del Caribe. En Martinica solo hay una carretera nacional que conecta el oeste de la isla con el este”, cuenta Huegun, quien afirma que de no ser por Erik, auxiliar veterinario autóctono, no hubiera podido desplazarse cómodamente por el país porque la población hablaba en criollo.
“Tuve la suerte de vivir en una Reserva Natural de una península volcánica. A las 8 de la mañana entraba en la clínica y trabajaba sobre todo con perros, gatos y animales exóticos. Durante el mediodía, si había urgencias, me iba con Erik al resto de la isla a hacer las visitas de rural, luego volvíamos sobre las 5 de la tarde y a veces tenía guardias. La verdad que disfruté del Caribe, pero trabajé bastante porque cuando se empezó a correr la voz me llamaban tanto para un perro como para una vaca, un cerdo o un caballo”.
Huegun comenta que en la isla había muchos veterinarios, como en todos los sitios, de perros y gatos, sin embargo, “muy poca gente hacía grandes animales”. Según cuenta, “el problema que había era que los que hacían grandes animales no trabajaban durante las guardias y cobraban las cirugías como si fueran de pequeños animales”. Esta falta de dedicación a los grandes animales se la ha encontrado también en Normandía y en el Pirineo navarro, donde actualmente trabaja.
“MARTINICA ES UNA ISLA SIN MUCHA BIODIVERSIDAD”
“Tratábamos sobre todo perros y gatos, pero como ocurría antes en España había gente que tenía cinco vacas y dos cerdos, o veinte ovejas. Eran explotaciones como las que había hace unos años en el valle de Bazán o en el Pirineo”. Durante su estancia, lo más habitual que ha ido encontrándose ha sido dermatitis, filariosis en los perros, parásitos, problemas de garrapatas, picaduras de serpientes, ataques de perros salvajes a ovejas y cesáreas en todos los animales.
Martinica es una isla del Caribe sin mucha biodiversidad debido a que tuvo un problema con un plaguicida cancerígeno que contaminó los ríos del norte de la isla. “Lo echaban desde avionetas a las bananeras, entonces mucha fauna desaparació de esa zona. Había serpientes venenosas, alacranes y arañas venenosas. De hecho, Erik me contaba que antes había muchos más pájaros”.
El veterinario relata que en la isla los animales no están encercados. “Allí los animales tienen un collar con una cadena atada a una estaca y van dando círculos, por lo que a veces te los encuentras al borde de la carretera comiendo. A mí eso me chocó, al igual que no estuvieran identificados con su número en las orejas, como pasa en Europa”.
POTENCIAR EL INGENIO PARA SALVAR A LOS ANIMALES
La desigualdad social está muy presente en la isla y hay quienes no tienen agua corriente. La escasez también se refleja en la falta de antibióticos, cuenta Huegun. “A mí me llegaban antibióticos una vez al mes por barco. Si calculabas mal te quedabas sin stock de medicamentos. Allí si era muy urgente te lo mandaban por avión o si no se lo pedías a un compañero, sin embargo, tenías que tirar mucho de ingenio”. A la escasez material se sumaba la económica. Por ejemplo, “si querías tratar una fractura y que el animal viviese quizás tenías que amputar, los drenajes los hacía con las sondas uretrales...".
El veterinario explica que tuvo que improvisar continuamente y resalta la necesidad de tener fuerza mental para sobrellevar algunas situaciones de presión que se sufren. “Creo que salir de tus estudios e ir a cualquier lado es una experiencia que recomendaría. Te aporta cosas útiles para tu día a día, sobre todo cuando aprendes a funcionar sin tener de todo, pues cuando tienes más, ves que no hace falta tanto y que puedes abaratar muchos costes. Además, te hace darte cuenta de la suerte que tenemos”.
Los territorios de ultramar franceses tienen actualmente mucha demanda. “Ir a la Reunión, Martinica, Guadalupe o Nueva Caledonia, por ejemplo, es complicado, pues ahora ya te piden idiomas y experiencia”.
EXPERIENCIA VETERINARIA ADQUIRIDA EN MARTINICA
En la actualidad, Huegun ha disminuido los exámenes complementarios en casos que no demandan tanta necesidad. “Hay gente que no tiene tanto dinero y es preferible basarnos en nuestra intuición o experiencia profesional. También aprendí que es muy importante tener al animal bien atado, hacerle una buena contención, sea o no tranquilo, y tener paciencia con el trabajo”.
Durante su estancia en la isla, el veterinario cooperó con el Gobierno francés como vigilante en una playa en la que nacieron unas tortugas. Su trabajo era encargarse de que la gente que se ponía a mirar no pisara las zonas por las que éstas salían.
Otro caso fue el de una castración a un cerdo criptorquídico. En la isla “era tradición castrarlo y me lancé a hacerlo porque dio la casualidad de que tenía un amigo con el que había estudiado especializado en cirugía”. Todo salió bien. Huegun cuenta que los habitantes de la isla eran muy agradecidos en sus visitas y que en este último caso le regalaron muchos cocos, papayas y mangos.
“Esta es una profesión vocacional que cada día disfruto más. En rumiantes a veces es complicada. Y en el caso de Martinica es duro trabajar a altas temperaturas, con la humedad del Caribe y rodeado de moscas mientras el animal te da patadas, pero es más la satisfacción que te da sacar adelante a cualquier animal”.