Hace unas semanas recibí una encuesta sobre salud mental en la profesión, compartida por el Colegio de Veterinarios de Madrid.
En ella se nos hacían preguntas a los veterinarios clínicos sobre estado de ánimo, nivel de estrés, consumo de drogas propio o de otros compañeros, etc.
A raíz de esto pregunté a mis seguidores de Instagram si consideraban que nuestra salud mental era "buena". El resultado de mi (más modesta) encuesta fue un rotundo “no”.
Y es que hay varias razones por las que el trabajo como clínico veterinario supone un desafío para nuestra salud mental.
Trabajamos diariamente con seres vivos, con su salud y nuestras decisiones (que la mayoría de veces hay que tomar rápido) pueden hacer que alarguemos la vida de ese animal o no.
Es importante nombrar también la realización de eutanasias humanitarias y el desgaste emocional que esto conlleva.
Por otro lado, la atención cara al público es siempre dura pero es cierto que el modelo de negocio de las clínicas veterinarias hace que en numerosas ocasiones surjan situaciones que otras profesiones sanitarias no sufren. Un ejemplo sería un cliente increpando a un veterinario porque un tratamiento que ha pautado es muy costoso o exigiendo la devolución del dinero si una cirugía ha tenido complicaciones. Un médico rara vez se ve sometido a este tipo de problemas.
Por último, y en mi opinión, el que más nos afecta es sufrir un ambiente de trabajo tóxico.
Si en este trabajo, que de por sí ya tiene un bagaje emocional importante, se le añade un entorno de poco compañerismo, sin apoyos y trabajando en tensión constante, se crea una combinación que nos hace caer en picado.
Comentamos esto y mucho más en el episodio 32 del podcast Revolución Veterinaria, disponible en Spotify, Apple podcast, Ivoox y Anchor.