Ciertos perros pueden ser más susceptibles que otros a desarrollar cánceres asociados con el medio ambiente. Investigadores de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Wisconsin (EEUU) están estudiando cómo la exposición a productos químicos ambientales comunes, como los que se encuentran en el humo del tabaco y los productos de jardinería, y las diferencias genéticas individuales en respuesta a ellos, ponen en riesgo a los perros. La información obtenida ayudará a formar estrategias para prevenir el cáncer en los perros, incluida modificaciones en la dieta.
Cuando los perros o los humanos están expuestos a sustancias químicas tóxicas en el medio ambiente, las enzimas glutatión-S-transferasa (GST) en el hígado ayudan a neutralizar esas sustancias químicas. Debido a las variaciones genéticas en las enzimas GST, las personas varían en su capacidad para desactivar los peligros ambientales. Si estas personas ingieren o inhalan productos químicos tóxicos, esta incapacidad puede provocar el desarrollo de cáncer tras exposiciones repetidas. Es por eso que dos personas diferentes expuestas a la misma sustancia química pueden tener un riesgo diferente de desarrollar cáncer.
"Queremos saber si lo mismo ocurre en los perros y cómo reaccionan de manera diferente a nivel genético", señala Lauren Trepanier, profesora de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad e investigadora principal del estudio. "Si podemos entender mejor qué tipo de exposiciones crónicas en el hogar son importantes en los perros, entonces podemos hacer un mejor trabajo para contrarrestarlas y tal vez disminuir la incidencia de ciertos tipos de cáncer".
Para su investigación, el equipo está replicando cuatro formas principales de enzimas GST y luego las incuba con posibles carcinógenos para ver si las enzimas reaccionan con esas sustancias. Los productos químicos de interés incluyen la acroleína, que se encuentra en la contaminación del aire, los alimentos tratados con calor y el humo del tabaco. Otra sustancia de interés es una forma de 2,4-D, un herbicida asociado con el linfoma y el cáncer de vejiga tanto en perros como en personas.
"Los hallazgos del estudio podrían eventualmente permitirnos identificar perros en una población que podría ser susceptible a ciertos cánceres en función de su perfil enzimático", explica Janet Patterson-Kane, directora científica. "Es posible que no tengamos un control completo sobre los productos químicos tóxicos a los que exponemos a nuestros perros, pero informaciones como esta podrían ayudarnos a darles una vida más larga y saludable".
Trepanier y su equipo también están comparando niveles químicos tóxicos en la orina de perros con y sin cáncer de vejiga, así como en muestras de orina de sus dueños que comparten los mismos hogares. El objetivo es determinar si tener un perro diagnosticado con cáncer de vejiga indica que el propietario puede estar expuesto a más sustancias químicas en el medio ambiente que son relevantes para la salud humana.
UN BUEN MODELO PARA DESCUBRIR CÓMO AFECTA A LA SALUD HUMANA
El mejor amigo del hombre también puede ser la mejor apuesta del hombre para descubrir cómo los químicos ambientales podrían afectar a nuestra salud. Investigadores de la Universidad Estatal de Carolina del Norte y la Nicholas School of the Environment de la Universidad de Duke utilizaron placas de identificación de silicona como muestreadores ambientales pasivos para recopilar información sobre exposiciones químicas cotidianas, y descubrieron que los perros podrían ser una importante especie centinela por los efectos a largo plazo de los químicos ambientales.
“Los dispositivos de monitoreo de silicona aún son relativamente nuevos, pero representan una forma económica y efectiva de medir la exposición a los químicos que encontramos en la vida diaria, desde pesticidas hasta retardantes de llama”, señala Catherine Wise, autora principal del estudio. “Sabemos que muchas enfermedades humanas causadas por la exposición ambiental son similares clínica y biológicamente a las que se encuentran en los perros”.
Para llevar a cabo el trabajo, reclutaron a 30 perros y sus dueños para usar monitores de silicona durante un período de cinco días en julio de 2018. Los humanos llevaban pulseras, mientras que los perros llevaban etiquetas en sus collares.
Los investigadores analizaron las pulseras y las etiquetas en busca de exposiciones a productos químicos dentro de tres clases de tóxicos ambientales que a menudo se encuentran en la sangre y la orina humana: pesticidas, retardantes de llama y ftalatos, que se encuentran en los envases de alimentos de plástico y productos de cuidado personal. Encontraron altas correlaciones entre los niveles de exposición de los propietarios y sus mascotas. El análisis de orina también reveló la presencia de organofosforados (que se encuentran en algunos retardantes de llama) tanto en los propietarios como en los perros.
“Lo notable de estos resultados fueron los patrones similares de exposición entre las personas y sus mascotas”, apunta Heather Stapleton, directora del Laboratorio de Análisis Ambiental de Duke en la Escuela Nicholas y coautora del estudio. “Está bastante claro que el entorno del hogar contribuye fuertemente a nuestra exposición diaria a contaminantes químicos”.
Sin embargo, aunque los perros y los humanos pueden compartir exposiciones similares, los efectos sobre la salud no siguen plazos similares. “Los perros son especiales cuando se trata de vincular las exposiciones y los resultados de la enfermedad porque los efectos que pueden tardar décadas en aparecer en humanos pueden ocurrir en uno o dos años en un perro”, asegura Wise.
“Si desarrollamos formas de correlacionar la enfermedad del perro con su exposición a lo largo del tiempo, puede dar a los profesionales de la salud humana la oportunidad de mitigar estas exposiciones para ambas especies. Los perros son una poderosa especie biológica centinela para la enfermedad humana”.