Cuando un gato acude al veterinario se le hace pasar por muchos acontecimientos desagradables para su personalidad y forma de vida.
Marta Amat, miembro del Colegio Europeo de Bienestar Animal y Medicina del Comportamiento, asegura que el 58% de los propietarios de gatos afirman que a sus felinos no les gusta ir al veterinario y “un 38% que lo considera muy estresante”.
Este estrés se debe a que el gato se introduce “en un transportín al que en la mayoría de ocasiones no está habituado, lo sacamos de casa (su territorio), lo ponemos en contacto con estímulos visuales y sonoros desconocidos o amenazantes, y lo que es peor, llegamos al veterinario donde tiene que esperar rodeado de perros y gente desconocida, le pinchan o le hacen manipulaciones dolorosas en un sitio donde se pueden oler las feromonas de alarma que han dejado otros congéneres que han pasado previamente por allí, y en el peor de los casos, lo dejan hospitalizado”, señala Rosana Álvarez, directora del grupo de veterinarios expertos en etología Etolia y veterinaria acreditada por la Asociación de Veterinarios Españoles de Pequeños Animales (Avepa) en Medicina del comportamiento.
Todo este estrés sufrido produce efectos nefastos en el bienestar del animal. Un animal para el que cambiarle de sitio el sofá del salón o pintar una pared de la casa puede representar una fuente de estrés muy importante en ese ambiente que tiene perfectamente controlado e identificado.
Si el gato vive solo, la vuelta al hogar resultará un evento placentero para él: volver a su territorio, donde todo es tranquilo y conocido. Comenzará a frotar sus mejillas con todo, dejando impregnadas de nuevo sus feromonas de familiaridad.
Sin embargo, la experta etóloga afirma que, si en casa le espera un compañero felino, o varios, y además otras especies, “esa vuelta puede ser muy traumática y convertirse en una experiencia que marque negativamente para siempre la relación entre ellos”.
Álvarez explica que el estrés que porta el gato convaleciente y los olores extraños de los que se ha impregnado, así como elementos extraños como collares isabelinos, pueden hacer que el gato residente reaccione con miedo y agresividad, dando paso a un problema de agresividad entre los gatos que habrá que resolver con un especialista. “Los gatos no tienen fase de reconciliación después de una lucha, por lo que seremos nosotros los que tendremos que hacer que vuelvan a tolerarse, ellos no van a mover un dedo por hacerlo”, apunta.
¿CÓMO EVITARLO?
Por ello, la veterinaria y etóloga indica una serie de pasos que se pueden seguir a la llegada del gato a la casa para aliviar este problema y conseguir que después de un par de días todo esté como estaba.
“Lo primero es ubicar al gato recién llegado con su transportín en una habitación cerrada donde tenga todo lo que necesita: comida, agua, bandeja de arena, rascador y juguetes. Dejamos la puerta del transportín abierta para que él salga cuando lo considere apropiado. Colocamos un difusor de feromonas enchufado en la habitación. No forzamos al gato a salir ni a nada, simplemente lo dejamos tranquilamente en la habitación. Durante las primeras 24 horas nos dedicamos a observar la actitud de ambos gatos, para comprobar que todo es normal: comen y beben con normalidad, utilizan la arena, se acicalan, no hay bufidos, ni siseos, ni gruñidos hacia el otro, ni posturas de tensión”, aconseja.
“Al día siguiente podemos coger una toalla o trapo y frotarla por la cara del gato que vino del veterinario. Después se la presentamos al otro gato y de nuevo volvemos a comprobar que la reacción es normal durante unas horas. Si lo es, podemos frotarla por la cara de este gato también, para impregnarlo del olor del otro”, continúa.
Por último, señala que lo ideal es poner a los gatos en contacto visual mientras comen algo apetitoso en la misma habitación, pero separados a una distancia prudencial (cuanto más lejos se pueda mientras se vean, mejor). “Si todo se desarrolla normalmente los dejaremos interactuar. Si notamos algún atisbo de tensión, debemos separar de nuevo y desarrollar el programa más lentamente”, concluye.
Asimismo, advierte que, si se identifica algún síntoma de estrés en cualquiera de los pasos citados, “tendremos que establecer un protocolo completo de reintroducción, para lo cual recomendamos ponerse en contacto con un especialista veterinario en comportamiento”.